★★ PEPE ARIAS ★★
Pepe
Arias es el seudónimo de José Pablo Arias. Nacio en Buenos Aires, el 16 de
enero de 1900 y fallecio el 23 de febrero de 1967) Fue un actor y cómico
argentino. Cursó dos años en la Escuela Naval Militar, pero fue expulsado por
"falta de vocación". Subió por primera vez a un escenario en 1916, en
el Teatro Excelsior, al ser incorporado a la compañía De Rosas-Aranaz-Arata. Debutó
en el cine en 1933 con ¡Tango!, en donde interpretó a Bonito. Pepe Arias
participó en veinticuatro películas, entre ellas Kilómetro 111 (1938), El
haragán de la familia (1940), Fantasmas en Buenos Aires (1943), Mercado de
abasto (1954) y La señora del intendente (1967). A partir de 1934 entró en el
mundo de la radio como cómico, recitando sus famosos monólogos. Trabajó en las
emisoras radiofónicas Stentor, Belgrano, El Mundo y Splendid, en Argentina, y
en Radio Carve, en Montevideo. Prolongó su labor escénica hasta fines de 1966.
Es tío abuelo del actor y presentador Ronnie Arias. Estuvo casado desde el 28
de marzo de 1930 hasta el 31 de julio de 1934 con la vedette peruana Carmen
Olmedo, pero su relación se desgastó debido a los celos y mal carácter de la
vedette que precipitaron la ruptura de la pareja. Luego se casó con su
inseparable compañera Petrona Petra Bustos.
En
1934 comenzó a incursionar en la radiofonía ante los micrófonos de Stentor. El
éxito fue tan contundente que al poco tiempo comenzó a recibir propuestas para
sumarse a Belgrano, El Mundo y Splendid. Desde la radio estampó la muletilla
con que solía iniciar sus programas: “¡Hola, queridos filipipones!”, que
permaneció largo rato en el recuerdo del público, que también celebró la
irrupción de algunos personajes memorables.
PEPE ARIAS, UN MONUMENTAL “CAPOCOMICO”
Probablemente haya una
generación de argentinos que no lo conozca o que, quizá, tenga una imagen
lejana de este personaje, al que sólo podemos rescatar esporádicamente a través
de las viejas películas en blanco y negro que nos regala la televisión por
cable. Y se está cometiendo un gran injusticia con José Pablo Arias Sabathier,
nacido en el barrio del Abasto, frente al viejo mercado, el 16 de enero de
1900, porque durante medio siglo despertó la sonrisa y la reflexión de millares
de espectadores. Fue un excelente actor y también un agudo observador de la
realidad social y política que lo rodeó. Mal alumno, indisciplinado, su padre
decidió poner punto final a un largo periplo por colegios religiosos de donde
salía disparado tanto por sus bajas calificaciones como por su pésimo
comportamiento. Decidió inscribirlo en la Escuela Naval de Río Santiago con la
intención de sosegarlo, pero se equivocó fiero.
A los
17 años, el imberbe se escapó del austero ámbito militar y también de su casa
para presentarse en el teatro Excelsior, donde ofició de comparsa en una
compañía encabezada por Enrique de Rozas, Panchito Aranaz y Luis Arata, a la
sazón sus maestros en un oficio donde perduraría durante cinco décadas. En
realidad había logrado lo que deseaba: tener libre el camino para cristalizar
su verdadera vocación, que habría de llevarlo por caminos sinuosos, a menudo
peleando cotidianamente por la supervivencia más elemental. Cierta vez le
preguntaron si aquellos primeros pasos habían sido malos. “Tanto como malos,
no. ¡Peores! He recorrido todos los pueblos del
país, del Uruguay y hasta de Bolivia. Después de aquel primer año de
entrenamiento, que pasé como corista del Excelsior, me incorporé a una compañía
de exploradores. Nos juntamos ocho o diez desesperados y constituimos un cuadro
teatral. Lo de cuadro no está mal aplicado, pues aquello parecía un piquete de
aventureros. Emprendimos una gira artística, como suele decirse para despistar,
y nos largamos tierra adentro. Dos años duró aquella excursión heroica.
Hacíamos un pueblo por día. Cuando terminamos con la Argentina, marchamos hacia
el Uruguay y después nos lanzamos a la conquista de Bolivia. Llevábamos un
repertorio que iba desde ‘El gran galeoto de Echegaray’ a la ‘La vida inútil de
Cayol’.
Una de sus mas grandes interpretaciones en el cine argentino: "El hermano Jose" desnuda la fantochada y el caradurismo de un charlatán, con la convicción de que puede establecer contacto con aquellos seres en el mas alla.
Este
título era el que mejor nos cuadraba, pues la verdad es que todos llevábamos
una vida completamente inútil. Y vivíamos a salto de mata. En el escenario
representábamos dramas, comedias, sainetes y hasta a veces alguna tragedia.
Pero las verdaderas tragedias las vivíamos en los hoteles. En aquella excursión
ensayé yo por primera vez la eficacia de mis monólogos de dos horas para
convencerlo al dueño de que se viniera con nosotros al pueblo más próximo,
donde cobraría la cuenta”, respondió Pepe con el estilo zumbón que lo
caracterizaba. Estaba claro que el don de la palabra era lo suyo. Y aquel
“monólogo inaugural” para aplacar la ira del hotelero acreedor habría de marcar
a fuego su carrera. Otro sedimento que recogió en aquella gira lamentable fue
que recorrió todo el espinel, desde primer actor hasta maquinista o utilero. Lo
cierto es que aquel grupo se fue desgajando y se quedó solo. El regreso, desde
Corrientes hasta Buenos Aires, lo amortizó monologando en cafés, teatros, cines
y hasta en estaciones de ferrocarril.
Vuelto
a la ciudad que lo vio nacer, se integró a compañías españolas. En 1921, año de
una prolongada huelga de actores profesionales, formó un dúo con la bailarina
Totó Billi y reanudó sus viajes. Las cosas mejoraron un poco cuando en 1923
obtuvo un pequeño papel en “Día social porteño”, de Ivo Pelay, donde
representaba -apenas haciendo mímica- a Alfredo Palacios. En 1925 comenzó a
consolidarse. Fue convocado para la inauguración del teatro Fémina, en Paraná
casi Corrientes. Ensayó dos monólogos, “¡Basta, Arturo!” y “Mi lindo Julián”,
en este caso inspirándose en el tango compuesto por Edgardo Donato y José Luis
Panizza que fuera estrenado por Iris Marga en el escenario del Maipo en 1924.
Esas apariciones bastaron para transformarlo en una gran figura de la revista
dentro de una especialidad que lo llevaría a ser consagrado como “El rey del
monólogo”.
"Mercado de Abasto" la
película relata una historia romántica de la disputa entre dos hombres: Lorenzo
Miraglia (Pepe Arias) y Jacinto Medina (Juan José Míguez), uno rufián y el otro
comerciante, por el amor de una mujer, Paulina (Tita Merello), una trabajadora
del Mercado de Abasto.
SUS ULTIMAS ACTUACIONES
En
1964, impulsado por la astucia de Armando Bó, volvió a los sets de filmación.
“La mujer del zapatero” fue el título escogido para unirlo a la voluptuosa
Isabel Sarli. La película logró atrapar al público, quien podía disfrutar
simultáneamente del cómico y también deleitarse la siempre deslumbrante
anatomía de su compañera de rubro. El éxito de taquilla alentó un segundo
encuentro, en 1966, cuando rodaron “La señora del intendente”, donde una vez
más convergieron las opulencias de “La Coca” y el opaco lucimiento del ya
veterano actor. Fue su última película.
En
octubre de aquel año signado por un nuevo quiebre del orden constitucional con
el desplazamiento del doctor Arturo Illia y la llegada del general Onganía,
retornó a los escenarios. Fue en el Tabarís. El 23 de mayo debutó con
“Operación Bikini” junto a Zulma Faiad y Rafael “El Pato” Carret. El 3 de
septiembre, la sala de Corrientes 829 renovó su cartelera con “La revista del
Tío Vicente”, de Petit y Francisco Raimundo, título muy ligado a la entonces
exitosa publicación del humorista Landrú “Tía Vicenta”. censurada por el
gobierno militar. Arias estaba acompañado por Gogó Andreu, Tito Climent y
Montrey, el comediante. Las figuras femeninas eran las esculturales Thelma
Tixou y la vedette internacional Susuki. En lo que tal vez intuía como su
despedida, dio rienda suelta a su talento con una ácida crítica a los últimos
cuarenta años del país, con diecisiete presidentes y siete constituciones
componiendo a un personaje llamado Vicente Querejeta, un ordenanza que, con
risueña nostalgia de sus funciones, se jubila y define el carácter y las
modalidades de los gobernantes que tuvo oportunidad de servir (ver recuadro).
Esta vez el público lo acompañó generosamente. Pocos sabían que aquellas
actuaciones eran rigurosamente monitoreadas por su médico de cabecera, quien
había advertido su precipitado decaimiento físico. El asma, un viejo enemigo,
estaba minando su salud.
El 23
de febrero de 1967, a las 17 y 30, en su domicilio del noveno piso de la
avenida Alvear 1939, el doctor Oscar Manziotti anunció que se había extinguido
la vida de José Pablo Arias Sabathier. Estaba acompañado por su fiel compañera
“Petra”, dos íntimos amigos y un puñado de familiares que acudieron alertados
sobre el inminente final. Al día siguiente, el vespertino La Razón recorrió la
extensa vida artística del bufo. En un párrafo de aquella necrológica leemos:
“Ese andar cachazudo, de pesados y largos pies, ‘mi andar de camello’, decía
él, y sus palabras despaciosas, inocentes y con salidas oportunas y cachadoras,
con el final pícaro y reivindicador de inocencias engañadas, provocaba la risa
a granel. Esos ojos bovinos revoloteados con gracia, con sorna, con picardía
sobradora, del socarrón que sabe que tiene en la manga la carta del triunfo con
que apabulla la viveza madrugadora de los que le toman el pelo en la primera
parte de la obra. Una gran ternura, una gran bondad en sus personajes
bonachones, lastimosos, heridos y ofendidos que ganan al público, sin embargo,
con la escondida picardía, con la malicia porteña. Gran conocedor de la vida,
buceador en la psicología del hombre como individuo y como ser en multitud,
tenía su filosofía dolorosa de la risa. ¿De qué se ríe el público con usted?,
le preguntaron una vez y él respondió: ‘Y... el público se ríe siempre de lo
serio, de lo trágico. Y yo, en escena, vivo siempre una tragedia’”.
GALERIA MULTIMEDIAFUENTE: Hechos & Personajes
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