CGT.
Velan los restos de José Ignacio Rucci. Con él ha muerto uno de los personajes más
polémicos del peronismo. Nunca huno para él juicios moderados. O se lo
calificaba como un ejemplo de lealtad o se lo acusaba de traidor. Para los que
tienen memoria fotográfica será siempre “el que le tenía el paraguas a Perón
cuando se produjo el primer retorno, en noviembre de 1972”. Otro nombre para la
tragedia 1973-1976.
A
principios de septiembre de 1973 la organización Montoneros comenzó a analizar
la posibilidad de matar a Rucci. Por casualidad las FAR habían descubierto a
Rucci en el momento de salir de una casa en la calle Avellaneda 2953, del
barrio de Flores, en la Capital Federal. Roberto Perdía contó que después de la
masacre de Ezeiza se reunió con Lorenzo Miguel: “Lorenzo explicó que el
sindicalismo no había tenido nada que ver con la masacre: de hecho, sus
militantes al igual que los nuestros, acudieron a recibir al General armados
con palos, cadenas y algunos «fierros» cortos, sin otro ánimo de enfrentamiento
más allá de los tumultos ocasionales que pudieran producirse debido al
indeseado pero estrecho contacto al cual nos obligaba la movilización. A partir
de este encuentro, entre montoneros y sindicalistas, se integró una comisión no
sólo destinada a prevenir potenciales enfrentamientos sino, además, para llegar
a acuerdos políticos entre ambos sectores.
A
las 12:11 del 25 de septiembre de 1973, el grupo conducido por Juan Julio Roqué
asesinó a Rucci cuando éste salía de la casa de calle Avellaneda 2953 en el
barrio de Flores. Posteriormente, cuando en Montoneros conocieron (por los
medios de difusión) que el dirigente obrero peronista tenía 23 impactos de
bala, denominaron a la operación “Operativo Traviata”, porque el comercial de
las galletitas Traviata decía: “Las de los veintitrés agujeritos”. El asesinato
no fue reivindicado por sus autores, y la conducción de Montoneros, que no tomó
ninguna medida interna contra los responsables, negó enfáticamente la autoría
del hecho. Todavía en 1997, Roberto Cirilo Perdía escribió: "Las balas que
segaron su vida pudieron haber partido desde diferentes trincheras. Pero la
mayor parte de las miradas apuntaron hacia nosotros. Más allá de quien haya
sido el ejecutor material de este hecho, nosotros pagamos su costo político
(...) Desde todo punto de vista la muerte de Rucci favoreció el avance de las
políticas opuestas a nosotros (...) La actividad paramilitar del Estado contra
nosotros encontró una excusa para fortalecer su accionar".
25
de Septiembre de 1973. Gobierna Raúl Lastiri. Juan Domingo Perón ya es
presidente electo. Al salir de uno de sus domicilios, en la calle Avellaneda,
es asesinado a balazos José Ignacio Rucci, secretario general de la CGT. Los
criminales les dispararon desde tres puntos distintos. Habían tomado posiciones
en un departamento alquilado desde días atrás. Rucci y su chofer murieron en el
acto.
Pero
pese a las palabras de Perdía, dos años después de la muerte de Rucci, en junio
de 1975, Montoneros reinvindicó su asesinato y se lo adjudicó públicamente en
su órgano oficial, la Revista "Evita Montonera", en el número 5 de la
misma, página 18, bajo el apartado de "Justicia Popular" donde
expresa que fue "ajusticiado" junto a Félix Navazzo, Martín Salas,
Víctor Sánchez, Juan Carlos Mariani, entre otros, a quienes señala como
participantes en la "Masacre de Ezeiza" contra esa organización. En
dos libros publicados en fecha reciente, los principales dirigentes de
Montoneros vuelven a negar la autoría del hecho (ver el libro de Felipe Celesia
y Pablo Waisberg; "Firmenich. La historia jamás contada del jefe
montonero". Editorial Aguilar, agosto de 2010, pp. 161-164; y el libro de
Roberto Perdía; "Montoneros, el peronismo combatiente en primera
persona"). En
su libro: "Militancia sin tiempo. Mi vida en el peronismo" (Buenos
Aires, Planeta, 2011, pág. 288); Antonio Cafiero recoge lo que escribió esos
días de setiembre de 1973, a dos días del triunfo electoral de Perón a la
presidencia: "Martes 25 al mediodía: José Ignacio Rucci asesinado. Un manto
de tragedia y catástrofe oculta la alegría de la víspera. Y llegó el paro
general, las amenazas de venganza, el cortejo fúnebre (...). Pienso en lo que
Rucci me dijera una tarde en la CGT: "Mi error fue no irme inmediatamente
después del retorno".
(Arriba) LA
ULTIMA FOTO VIVO. Rucci y su chofer salen de la CGT. Es la noche del 24 de
septiembre. El dirigente acaba de felicitar a Perón por su triunfo en las
elecciones. Moriría horas después. AVELLANEDA AL 2900. El cadáver de Rucci todavía
esta tirado en la calle. Mientras, un intenso patrullaje conmueve a la zona, el
barrio de Floresta. La policía toma posición ante un posible ataque.
ASI
HABLABA UN CONDENADO A MUERTE
-¿Por
qué dice que su vida es una desgracia?
-Es una desgracia por la
responsabilidades, por los problemas, por la falta de solución a esos
problemas. ¿Le parece poco?
-¿Le
preocupa que lo hayan amenazado de muerte?
-Sería una tontería decir
que no me preocupa. Pero de ahí no pasa. Yo tengo una obligación que me impide
poder detenerme. Tengo que seguir adelante. Lo importante es que nadie hace
nada sin motivos. Algún motivo deben tener los que quieren matarme.
-¿Cuáles
son esos motivos?
-Uno de ellos es que el
Secretario General de la CGT es peronista y consecuente con Perón. El otro es
que se acerca la reelección de Rucci y al no haber otro medio para que ello no
pueda llevarse a cabo, les queda como única posibilidad eliminarlo físicamente.
-¿Qué
piensa de la muerte?
-Quiero mucho a la vida.
No creo que exista alguien a quien no le preocupe la muerte. Pero uno es consciente
de responsabilidades y sabe que esas responsabilidades les pueden deparar la
muerte.
-¿Puede
dormir tranquilo?
-Dormir, duermo bien. Si
las amenazas de quitarme la vida fueran una preocupación permanente, yo tendría
que irme de la CGT y desaparecer del país. Claro que a medida que uno va
teniendo más vejez, va durmiendo menos. Estoy prevenido.
-¿Prevenido
en qué sentido?
-En que he tomado un cierto grado de garantía. Y quiero decir algo
más. No creo que exista un solo argentino que no aborrezca la indignidad que
simbolizan los que asesinan para hacer valer sus razones.
-¿Qué
siente Ud. hacia sus presuntos matadores?
-Yo no me considero un
valiente. Tampoco he sacado diploma de cobarde. Pero tengo un solo temor: no
ver las caras de los asesinos.
-¿Usted
es realmente un condenado a muerte?
-Mire… este… mire… eso me
causa repulsión. Y diría que no creo que existan individuos de tan baja calidad
que quieran matar a otro…
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